Reportaje realizado por el periodista Agustín del Castillo, con motivo del 25 aniversario de Voz del Norte, en memoria de personajes de la vida pública que han contribuido al desarrollo y dignificación de la vapuleada región Norte y sus municipios vecinos del sur zacatecano, cuna y asiento de personajes de toda índole, tales como el líder caxcán Francisco Tenamaxtle, el pacificador Don Miguel Caldera, artistas como Mateo Saldaña, mártires y defensores de la fe como Cristóbal Magallanes, Agustín Caloca y Mateo Flores.
En el número de la segunda quincena de enero de 2023, Voz del Norte titula: “México clama paz. ¡Colotlán exige justicia!”. Uno de los crímenes más impactantes en años ha enlutado a las familias de la pequeña ciudad: cuatro jóvenes desaparecidos el 25 de diciembre anterior, sería encontrado asesinados: Paola Vargas Montoya, Viviana y Daniela Márquez Pichardo, y José Gutiérrez. El sepelio atrae a cientos de ciudadanos exasperados por el clima opresivo que se vive desde tiempo atrás en la región. No es una generación espontánea ni arbitraria.
Un nuevo crimen, en Huejúcar, en perjuicio del ganadero Víctor Ponce Ríos, originario de Chihuahua, y de su ayudante Luis Fernando García Pérez, el mayo siguiente, vuelve a poner en los titulares nacionales a la región. La descomposición de la paz social, efecto del precario Estado de derecho, demuestra que la marginación regional no es ninguna ventaja: no existen paraísos olvidados, existen demarcaciones al margen del desarrollo que pueden caer bajo las garras del crimen y la violencia, es decir, de la ley de los más fuertes.
Han pasado cerca de dos décadas en que los poderes fácticos se fortalecieron a costa del desinterés de los gobiernos estatales afincados en Guadalajara y Zacatecas. Los mandos cambian, los grupos dominantes se suceden, pero no hay una política pública contundente que vincule desarrollo, Estado de derecho y seguridad, trinidad básica para el despegue de las sociedades.
Mayo de 2018. Zeferino, un maestro rural en la región wixárika, regresó hace dos años de un exilio voluntario a los llanos de Xapat+a Tierra Blanca una superficie intermontana cercana a San Juan Peyotán, que ayudó a rescatar para la comunidad indígena de San Andrés Cohamiata (Tatei-kie), dos décadas atrás. En vez de un potrero lleno de bovinos, vio un campo verde tapizado con los hermosos bulbos morados de la amapola o adormidera, Papaver somniferum, la codiciada flor del potente alcaloide del que se sintetizan la morfina y la heroína. “...entonces me senté a llorar”.
En este lugar “me tocó estar en la línea de fuego de la lucha desde 1990, las tierras comunales estaban en manos de ganaderos mestizos que habían sido tolerados por arrendamientos de los comuneros; así, cada año llegaban unas 500 cabezas de ganado. Me separé y regresé cuando vi estos campos floridos con opio; dice el dicho que nadie sabe para quién trabaja...”.
El maestro (cuyo nombre verdadero se omite por seguridad) es pesimista: las tres comunidades de la región Wixárika de Jalisco están sitiadas por los intereses de los narcoproductores, lo que los pone en situación de alta precariedad por tratarse de una zona accidentada, mal comunicada, y de fronteras porosas. Son los confines de Jalisco, Nayarit, Durango y Zacatecas, territorios históricamente olvidados y que hoy conforman un corredor de cultivos y trasiego de enervantes de bandas rivales.
A esa realidad se han acostumbrado las comunidades náyeris (coras) y O´dam (tepehuanas), muchos de cuyos miembros participan activamente en la siembra de enervantes, como parte de ese eslabón más débil de la cadena. Pero la sierra Wixárika había logrado mantener un bajo perfil.
Todo Cambió hace un decenio.
“26 o 28 años después de esa lucha, el territorio se está quedando en manos del crimen organizado y eso es muy grave porque atenta contra nuestras prácticas espirituales; las comunidades no han tenido la capacidad de controlar, y cada vez más va avanzando el barco [...] lo peor es que los lugareños de esa localidad, le trabajan la siembra de amapola a los mismos ganaderos que antes les invadían sus siembras con vacas. El control del narco a los territorios wixaritari inició en Waut+a [San Sebastian Teponahuaxtlán], donde están expulsando a los que han cambiado de creencias religiosas, pero no pueden sacar a los cárteles. Es una contradicción gracias al dios dinero [...] nos preocupa que el pueblo wixárika está cayendo en confusiones de identidad y del sentimiento en lo hace apenas poco tiempo era una intacta vida espiritual...”.
Las mesetas por donde San Andrés voltea hacia occidente suelen ser acariciadas por vientos suaves, pero la vista se interrumpe al traspasar los sorprendentes cañones del río Chapalagana. El ocaso es un espectáculo de luces rojizas que al atenuarse embellecen la alfombra verde de las laderas, efímera señal de las breves lluvias primaverales. En las partes bajas laten leyendas de animales prodigiosos que a veces dialogan con los hombres, y otras los matan. Tatei-kie es famoso para cierto tipo de turismo enamorado del mito de los chamanes y de los viajes psicodélicos del peyote.
Las semanas santas suelen tener presencia masiva de visitantes del país y de otras partes del mundo, y preocupa su seguridad porque este flujo genera ingresos a una comunidad de economía siempre precaria.
Parte del problema es que sólo hay un acceso terrestre seguro a San Andrés: una carretera que nace en Huejuquilla, pasa por Jiménez del Teúl, Zacatecas, y se interna en zona tepehuana, en la aldea de Canoas, donde la ruta pavimentada desciende hacia el Gran Nayar y la costa nayarita, mientras una brecha asciende hacia las montañas de los pinares ralos.
“Sopla mucho el viento del trópico, cálido, tenemos el mar enfrente; por eso son pinos pequeños, nada que ver con el tamaño que alcanzan los bosques en San Sebastián o Santa Catarina donde el clima es más frío”, explica un campesino. Los conflictos de linderos con Santa Catarina (Tuapurie) ocasionan que no se pueda salir por la otra ruta, pues los caminos hacia Pueblo Nuevo podrían ser más seguros al sólo atravesar territorio huichol.
Fue en la cabecera de Tateikie donde la Fiscalía General del estado debió mandar fuerzas a mediados de 2017 para llevarse a un indígena, cora o tepehuano, que había sido encerrado en el cepo por escandalizar y amenazar a medio pueblo en estado de ebriedad.
El problema es que era lugarteniente de un cártel y buscaba trabajadores para una plantación. “Se lo llevaron a Colotlán y supimos que lo soltaron; dicen que anda en Tamaulipas trabajando en lo mismo”, señala un testigo de los hechos.
En 2017 fueron asesinados los hermanos Agustín y Miguel Vázquez, a manos de presuntos sicarios, en Tuxpan de Bolaños. La autoridad comunal de Wuat+a (San Sebastián Teponahuaxtlán) señala que ha permanecido en la impunidad: no hay detenidos, no hay juicio, y la huella de los señores de la amapola inunda sus vidas y desafía el control comunal sobre el vasto territorio montañoso.
“Fue el 20 de mayo la muerte de nuestro hermanos Vázquez Torres, y se llevó a cabo un diálogo con el fiscal del estado, y se hicieron compromisos [...] nosotros en una asamblea donde estaban más de dos mil comuneros, le pedimos al fiscal que cumpliera sus compromisos: la justicia, la captura de los delincuentes, la devolución de los bienes de los perjudicados, también que nos atendieran con las casetas de vigilancia; se comprometen a hacer los procedimientos, la comunidad tienen terrenos, y ellos dicen que tenemos que donar y tenemos el espacio, pero el gobierno no ha respondido”, señala Felipe Serio Chino, presidente del consejo de vigilancia.
- ¿El grupo criminal que cometió los asesinatos no ha regresado? ¿No se mete con ustedes?
- Acoso no ha habido, pero ha habido el uso de rutas, siempre hay ingreso y salida; la gente es testigo, los comuneros, y nosotros como autoridad, sufrimos [...] tu servidor, con llamadas telefónicas, pidiéndonos dineros a cambio de la paz; yo fui interceptado por ellos, me detuvieron el paso, y tuvimos que responder [...] en las noches vemos que pasan y cruzan la carretera, no puedo creer que no los vean [los de la Fuerza Única], algo deben de hacer, porque todos corremos peligro...
No es una presencia tan nueva. Algunas voces que piden anonimato, señalan que ya hay una implantación importante de amapoleros, mestizos y aborígenes, que mezclan su fe tradicional con sus intereses de corto plazo. La curiosa herejía de nuevo nos remite al pensamiento mágico: “dentro de las ceremonias le echan pinole, sangre de venado y jugo de maíz a la flor de amapola, a mariguana y a los billetes dólares; era algo que por miles de años se viene practicando para el maíz de colores y para todas esas ofrendas rituales”. Una profanación.
- ¿Se están haciendo ricos algunos o todo es para los de afuera?
- Lo peor que no se ven logros en para mejorar el nivel de vida de las familias, porque finalmente como ocurren en este campo del mal, no les pagan gran cosa y de lo que sacan, lo invierten en los vicios del alcohol.
El problema de las adicciones incluso de drogas como el crack o la coca, es serio en todas las cabeceras comunales, aunque la lejanía de Tuapurie la ha hecho resistir mejor. Pero es acusado sobre todo en este sur de la sierra que es el más transitado porque es el eje terrestre del dinamismo comercial entre Tepic y Tlaltenango.
El camino de Tuxpan a Bolaños es entre un macizo boscoso y pequeñas aldehuelas donde los fuegos rituales de una cultura empecinada en permanecer, sorprenden entre la penumbra. A partir del crucero de Miguelón (un nombre famoso en la sierra: un campesino de origen incierto que se vinculó al cártel de los Zetas y fue asesinado en la famosa refriega de los Chapos de 2011, para pacificar a sangre y fuego la violentada región), donde siempre vigila un ranchero a bordo de una camioneta (dicen que es halcón de los criminales en turno), comienza el descenso entre acantilados y bosque húmedo. El Astillero prospera como oasis de la mano de su conserje, don Andrés López, un náyerique logró establecerse para huir de la pobreza y de la errabunda vida de los campamentos madereros. Crece una umbría tupida bajo los impertérritos acantilados de El Gallo, la mayor altura del cañón del río Bolaños. Luego viene la vetusta señorona de la plata: Bolaños de cantera, chaquiras y fierros enmohecidos, con una mina famosa que en 2023 está casi abandonada por la misma causa del estado de derecho precario.
Arriba de nuevo, en las mesetas quien conectan con Zacatecas, está Temastián. El santuario de El Señor de los Rayos es el más famoso del norte de Jalisco, una zona donde la convergencia de indígenas de Aridoamérica, tlaxcaltecas y purépechas del centro del país llegados con los conquistadores, y una sólida cultura de rancheros mestizos, ha dado pie a un rico sincretismo.
El gran inmueble de cantera, un templo de diseño colonial de 1976 que encarna una tradición de cuatro siglos, con un gran atrio invadido de danzantes, esculturas de piedra y arcadas laterales donde miles de fieles han depositado por más de un siglo sus ex votos (retablos con dibujos en que un fiel agradece un milagro divino), se ubica a un costado de la deteriorada carretera que lleva de Villa Guerrero a Colotlán.
“Antes venían más fieles, se han ido desde que hubo muchas matazones”, explica una muchacha, que ofrece publicaciones religiosas e históricas donde se mezclan realidad material y fe. “Ya está empezando la violencia a subir otra vez”, dice enfático, con voz carrasposa, don Martín Portillo, un vendedor de semillas y elotes cocidos que cambia plática por unas monedas.
Entre miles de retablos, sobresale uno, con un escudo institucional muy reconocible, pero la humildad típica de todo fiel de los prodigios sobrenaturales: la Fuerza única Regional, la policía estatal de Jalisco, pide al barón de los cielos protección ante la azarosa vida en tierras de la mafia. Cae la tarde. La luna llena y enrojecida emerge poderosa atrás de las montañas del este, en la áspera meseta zacatecana, como un mundo recién nacido de los estertores de una tierra primitiva.