Hace décadas yo tenía la idea que los pueblos cada día se quedaban más vacíos porque faltaba yo. En realidad, no es del todo cierto Mientras unos salimos otros llegan. Lo que se rompe es la secuencia de un tiempo que, a la gente, por sus costumbres le gustaría fuera estático.
Por esa razón, se habla de la partida y del regreso. Se quedan planes pendientes. Para el hijo ausente, la patria chica siempre será un acicate en su corazón… y aún más, si allá rumea un viejo amor.
La ausencia afecta tanto al que se va como al que se queda. Es la ley del pobre; hacer nido y adoptar tierras extrañas como mejor opción. De este material está hecha la novela e historia de mi vida… “No te vayas”, nos decía mi mamá a mis hermanos y a mí. “¿Qué vas a hacer por allá, tan lejos? Con frijoles y maicito aquí la vamos pasando”. Al final mis padres caían a la cuenta.
– Está bien!… ¡vete!, vete a buscarle a la vida porque pronto se pasan los años, peor es quedarse uno a esperar que del cielo te llegue el sustento.
Y más que el desamor, fue la necesidad de volar, de crecer y conocer el mundo, y sobre todo, la urgencia de superar ese modo tan difícil que hay de vivir en la provincia mexicana.
Y así fue. El nido aquel poco a poco se fue quedando solo. La docena de críos migró en busca de su destino. Dos viejitos derramaron lágrimas de amor en cada despedida, aderezándolas con bendiciones cada mañana, tarde o noche… Los retornos fueron alegres, pero siempre muy furtivos.
Con el tiempo, a base de mucho esfuerzo y sacrificios, la ignorancia quedó atrás. La casita del ranchito aquel donde niños fuimos felices, poco a poco se mudó al olvido. Las mañanas de sol con sus atardeceres en el arroyo y luego en el río y los juegos de niños, ya son imágenes borrosas.
De las duras jornadas del campo, de la siembra y la cosecha, son cosa del ayer. Otras generaciones seguirán engarzadas al arado. Ni modo, así es la vida. Nosotros, gracias a Dios y a nuestros padres superamos esa difícil pero enriquecedora experiencia de vida.
Hoy, en el preludio del otoño, agradezco a la vida, a mis padres y hermanos ser quien soy; en mis hijos me reflejo y en mi pareja me apoyo para aceptar con donaire que son un lujo mis plateadas sienes.
Honraré a mis ancestros con la satisfacción de tener dos nacionalidades; la que recibí de mi Patria Mexicana y la que adopté por convicción como Ciudadana Americana. A ambas quiero, a ambas admiro, respeto y amo.
La muerte física es eterna, la vida es un suspiro… Hoy, ofrezco a Dios el logro académico de mis hijos que han logrado con esfuerzo superar la pobreza de la ignorancia que sufrimos mis hermanos y yo en mi Chimaltitán.
Finalmente, agradezco a este medio de comunicación, la oportunidad de plasmar por escrito nuestro agradecimiento profundo a las dos patrias. Gracias a la vida que nos ha dado más de lo que merecemos. Gracias a Dios y a nuestros padres.
Diciembre 12 de 2025
Las Cruces, Nuevo México
Familia Terrazas Arteaga

