Hace cerca de 15 años, en la ciudad de Colotlán, el periodista y escritor mezquiticense, don Luis de la Torre denunció en un foro público con motivo de un homenaje recibido del Centro Universitario del Norte, que el campo mexicano estaba siendo secuestrado por el crimen organizado y que el fenómeno estaba creciendo a pasos agigantados.
Con lágrimas de nostalgia, en aquella noche de marzo, don Luis hizo un llamado a la sociedad a no quedarse callada y a los gobiernos actuar para evitar que ese cáncer permeara a toda la sociedad.
Seguramente, nadie quiso escuchar su reclamo con tono de súplica ante lo que se veía venir. Hoy, es demasiado tarde, el país está secuestrado por delincuentes y lo peor con la complacencia y lamentablemente con la complicidad de funcionarios corruptos, gobiernos incapaces y partidos políticos corrompidos hasta la médula.
Eran los tiempos de Felipe Calderón, aún no llegaba siquiera al poder el ahora refugiado de Macuspana a quien la historia, y nadie más juzgará por la tremenda omisión, sino complicidad en la que incurrió al no enfrentar, prevenir ni tocar con el pétalo de una rosa a quienes se empoderaron tanto que se incrustaron ya en todas las esferas de gobierno y operan con toda impunidad en todas las ciudades y rincones del país.
El doloroso tema del narcorancho de Teuchitlán encierra en sus muros el holocausto que vivieron cientos de personas, por no decir miles.
El doloroso calvario de cada víctima y el de sus familias no debe quedar impune; el reclamo social está cada día creciendo mas y más y exige respuestas concretas. Esto no puede seguir así.
Ante el justo coraje de la sociedad en general por la localización del campo de entrenamiento y exterminio en la zona Valles de Jalisco, sobran voces por todas partes que exigen justicia y señalan culpables y dirigen su dedo flamigero hacia ciertas figuras públicas y personajes como el exgobernador Alfaro y al propio Pablo Lemus, pero deberían voltear a sus orígenes, allá por 2006, cuando el fenómeno de los desaparecidos comenzó a multiplicarse y se intensificó en los siguientes 12 años, como se multiplicaron las fosas clandestinas.
Las autoridades municipales, estatales y federales lo sabían, lo saben y prefieren voltear hacia otro lado.
Cada publicación que se hace a través de medios de comunicación de televisión, virtuales e impresos o radiofónicos, descubre la cloaca en la que durante sexenios los mexicanos estamos sepultados.
En el caso de Jalisco, en el sexenio de Emilio González, lo sabían y prefirieron callar en ignorar el cáncer que estaba invadiendo el estado.
En el gobierno del extinto Aristóteles Sandoval, hubo evidencia de que en el mencionado rancho de Teuchitlán estaban pasando cosas muy raras.
Fuentes ciento por ciento confiables, refieren que por boca del entonces Fiscal Eduardo Almaguer, se tenía conocimiento de “la presencia de equipos pesados de maquinaria en un rancho de Teuchitlán” a sabiendas de que su uso no era precisamente agrícola, y aún no se atrevió a actuar como autoridad investigadora que era. Prefirió callar, sabiendo que la omisión en un servidor público es un delito.
La cloaca de horror que ha sido destapada en Teuchitlán debe ser motivo para seguir buscando más campos de exterminio, en todas las regiones de Jalisco y Zacatecas, donde su gobernador David Monreal asegura que en su estado ya está a punto de llegar al quiebre estadístico de cero delincuencias. ¿Usted le cree? Yo no.

